
Cuando Andrea y Mario (de Santa Rosa, La Pampa) salieron con su hijo en brazos de la clínica donde nació, sintieron mucha emoción cuando un nene de unos 8 años con síndrome de Down les abrió la puerta de salida. Y es que en sus brazos llevaban a Bautista, que también nació con este síndrome y acababa de pasar 13 días en neonatología hasta que aprendió a succionar.
Andrea quedó embarazada después de mucho tiempo de buscarlo y en medio de una pausa de tratamientos que no daban resultado. Durante el embarazo no supieron que Bautista tenía síndrome de Down. Se enteraron el día del nacimiento y lo recibieron con mucho amor.

El papá fue el primero en saberlo. Andrea recuerda el momento en que Mario llevó a Bautista a la habitación: “Me entregó a Bau y me dijo que tenía síndrome de Down. Yo miré a mi hijo y me enamoré. Sinceramente, no me importó”, relata. También la memoria le trae las palabras de la neonatóloga que le dijo “qué bueno que no lo rechazaste” y recuerda que ella pensó “¿cómo voy a rechazarlo si es mi hijo?”. Andrea y Mario habían esperado tanto a Bautista y al fin llegaba a sus vidas.
Aunque durante el embarazo ambos se preocupaban por quién iba a cambiar el primer pañal del bebé o quién iba a limpiarle el ombligo, el síndrome de Down desplazó esas inquietudes a un lado y trajo otras. “Fue una sorpresa para todos. Yo no tenía idea sobre qué complicaciones podía tener Bautista por su síndrome”, cuenta la mamá, quien comenzó a interiorizarse sobre el tema una vez que le hicieron estudios de sangre, oído, vista y corazón a su bebé, y supo que estaba todo bien.
Rodeados de amigos y con una familia pequeña, ambos papás supieron enseguida de la importancia del amor y la estimulación, así que pusieron todas sus energías allí. La socialización también les pareció vital. Orgullosos de su hijo, desde pequeño lo llevan a cada reunión con amigos y a pasear, y ya tuvo sus primeras vacaciones.
Bautista hoy tiene un año y medio y sus papás están felices porque hace poco le salió el primer diente. “¡Ya se para en la cuna y en el corralito y da pasitos para el costado para llegar a la cortina!”, se alegra Andrea. “Tiene muchas ganas de caminar, pero todavía le falta un poquito más para lograrlo; lo paramos en el piso y levanta los brazos para que le agarremos las manitos y poder dar pasitos. No habla todavía, solo dice dadá o tatá (entre otras cosas), cuando le decimos mamá o papá. Es decir, quiere decirlo pero todavía no le sale”.
Sin embargo eso ya no importa, porque estos papás tienen muy en claro que su hijo va a lograr lo mismo que otros niños pero con más ayuda y dedicación. Hoy festejan cada pequeño gran logro de Bautista y se sienten orgullosos y felices de tenerlo. “Valoramos todo lo que hace. Quizá le lleve un poco más de tiempo, ¡pero va a lograr todo!”, sostiene la mamá, que escribe y saca fotos de cada momento importante, como cuando se sentó y se paró por primera vez, el día que le asomó el primer diente (y único por ahora), cuando dijo chau con su manito, o tiró los brazos para que lo levanten.
Mientras tanto disfrutan mucho jugar con él, cantarle, contarle cuentos y hacerle los mimos que tanto le gustan. “Sé que vamos por el camino correcto en cuanto a su estimulación y por sobre todo con el amor puro que recibe de nosotros y nuestra gente”, dice Andrea. Aunque piensan en su futuro y en cómo acompañar su desarrollo, tratan de vivir el día a día y disfrutar cada momento. Sin lugar a dudas, para estos papás, Bautista trajo la alegría y el amor. Así lo reflejan las palabras de la mamá cuando dice orgullosa que “no hubiese querido tener otro niño que no sea él”.
Reportaje: Érica Lanfranchi.